domingo, 10 de agosto de 2014

La noticia del año en imagenes



El nieto 114

Esta semana pasada, más precisamente el martes 6 de agosto se nos acelero el corazón, nos dio piel de gallina, se nos cayeron las lágrimas, en resumen se nos alegró la semana. Es que el encuentro/nieto 114 tuvo el agregadito de tratarse del nieto de Estela de Carlotto referente de la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Y desde acá, desde esta trincherita compartimos una nota de Marta Dillon que tan lindo expresa lo que muchos y muchas sentimos.

Una historia particular, una historia colectiva
 Por Marta Dillon
Una corriente de afecto nos arrasó a todos y a todas esta semana, un aire cálido que nos empujó a abrazar a los nuestros, a mirar a las propias abuelas con otros ojos, a extrañar a las perdidas en el magma del tiempo, a inscribirnos en una genealogía que es personal y al mismo tiempo compartida. Tuvimos lugar en nuestra generación, la que sea, hijos o hijas, padres o madres, entramados de historia colectiva y personal, ahí estábamos replicando cinco palabras mágicas que se impusieron con la fuerza del nombre propio: “Apareció el nieto de Estela”. Y si hacía falta el apellido fue por la propia incredulidad a la que nos acostumbramos a veces, esa que retacea la voluntad para arañar el cielo de los imposibles. Pero ese cielo se resquebraja y cae sobre nuestras cabezas, levanta esa corriente cálida del afecto que ya es viento y se expande, sopla en cada llamado telefónico, en la voz trémula que suena en la radio, en la tele, en lo que se escribe a las apuradas en las redes sociales, en las lágrimas que consuelan al gesto contraído de la emoción. Es la fuerza del nombre propio. La fuerza de una historia particular de la que somos parte. Cada vez que aparece un nieto o una nieta el corazón late más fuerte, pispeamos el relato con avidez, se formulan preguntas que no siempre pueden responderse. Cada vez es una emoción, pero ésta fue una luz cegadora. Porque todos y todas sabemos quién es esa abuela, esa directora de escuela que apareció el martes por primera vez despeinada y con el maquillaje apenas corrido, que no perdió su tono docente, su lengua medida y acostumbrada a decir para que se entienda, que se entienda más allá de donde ya se ha ganado la comprensión, un lenguaje si se quiere domesticado pero capaz de vulnerar las barreras de los insensibles, un lenguaje cuidado que ha sabido traducir cuál es el valor de la verdad, que con la paciencia de los pequeños derrumbó aquel otro relato, ese que hablaba del derecho de los apropiadores por los cuidados entregados a sus presas. Cada quien sabe dónde estaba el martes cuando la alegría invadió las plazas, las calles y las casas. Cada quien recordará quién se lo dijo, a quién abrazó primero, cuánto tardó en caer en la cuenta de lo que significaba y significa esta recuperación de un nieto más, porque de tanto ver a esa abuela ya la habíamos confundido con la institución, porque de tanto escuchar su nombre creímos que era sólo testimonio, que a ella no le iba a pasar tanto como solemos pensar que las cosas maravillosas nunca le pasan a una. Estela fue esta semana la protagonista de las historias que casi se había acostumbrado a narrar para otras y la humanidad se impuso por sobre las palabras y se puso a tocar fibras en cada cuerpo, esas que vibran con el amor, que cantan la canción del deseo, que arrullan a los niños sobre el pecho con el tuntún del latido de la vida. Que le tocara a ella fue como si nos tocara a cada uno y a cada una, la comprobación visceral del desgarro de la pérdida y el poder de la perseverancia abriéndose camino a toda costa. Nuestra historia reciente servida en cada mesa, esto pasó, ese niño nació de una mujer esposada y encapuchada, ese niño es un hombre y acaba de nacer a su otra historia, en los berreos de este parto nuevo hacemos el coro, porque aunque la vida ahora nos bese esta emoción nace de la ausencia, de la muerte, del desamparo de un niño deseado y arrebatado a una mujer que apenas tenía 23, que había perdido dos embarazos, que sabía que podía morir pero que entendía la vida más allá del mero pulso de la sangre.
Estela lo dijo ayer; con voz vibrante y orgullo genuino dijo que su hija y su compañero, los padres de este hombre al que le faltaba media historia, eran montoneros, “montoneros de los que dieron la vida”, y algo más que el peinado se le desbarató con la emoción que la arrasaba, se salió apenas de cuadro, de ese cuadro de maestra de escuela y cursiva perfecta en el pizarrón, le apareció una garra con su filo, rasgó otro velo de la foto estática de su hija de ojos maquillados y 18 recién cumplidos para el documento. Porque es verdad que esos hijos e hijas, esos padres y madres asesinados y desaparecidos no querían morir, pero estaban dispuestos a dar la vida, algo tan difícil de comprender ahora. Pero que es nuestra historia viva.
Cada quien tendrá grabado en su memoria el martes que pasó y esta semana que todavía se hamaca con esa historia particular que nos pertenece como pueblo. A mí me lo comunicó mi hija, me llamó por teléfono y me dijo: “¡Mamá! ¡Apareció el nieto de Estela!”. Y su emoción fue más emocionante para mí que la noticia porque daba cuenta de ese entramado que sostiene a la vida misma, daba cuenta de cómo se ha logrado transmitir la historia, enhebrar el relato, conseguir que las alegrías y las luchas sean compartidas. Después, mientras mirábamos la televisión arrobadas, asistiendo al blooper del micrófono que no andaba, al pogo de otros jóvenes que recuperaron su identidad en el último tiempo dando cuenta de que sí, que la verdad cuenta y da libertad, el más chiquito preguntó cuándo él iba a encontrar a sus abuelos. Y no, de ellos no tendremos un abrazo nuevo, pero su ausencia es presente en la voz de ese niño de cinco que es su nieto y los añora porque sabe como puede que está inscripto en esa genealogía de amor, de dolor y de lucha.

Esperamos por los que faltan ahora. Esperamos que cada juicio tenga su estrado y cada culpable su castigo. Deseemos que esta corriente cálida que nos arrasó esta semana no deje de soplar, porque es lo que nos merecemos como pueblo, este pueblo que sabe sumergirse en la fiesta colectiva y sacudir con sentidos nuevos esa frase que nunca quedó del todo anquilosada: Nunca Más.

Día de la Pachamama: ¡Caña con ruda y feminismos de Nuestra América!

Por Laura Salomé Canteros.Para Nodal
El 1 de agosto, día de la Pachamama, es una jornada de ofrenda a la Tierra para que nos siga dando lo necesario. La Pacha, como sus mujeres y sus feminismos, en resistencia frente a las opresiones y manifestaciones hegemónicas.
El Día de la Pachamama es un día de agradecimiento en el que se realizan diferentes actos donde se le da a la Madre Tierra distintos tipos de ofrendas –comidas, bebidas y hojas de coca- para que Ella nos siga dando todo lo que necesitamos. Cada primero de agosto, cuando el invierno comienza a dejarle paso a la primavera, cuando se da inicio a la siembra y a la cosecha, se realiza el rito de tomar caña con ruda, ya que dicen, esto protege contra el mal de ojo y la mala suerte para todo el año.

La Pachamama, o Madre Tierra, es la diosa femenina de la tierra y la fertilidad, una divinidad agrícola benigna concebida como la madre que nutre, protege y sustenta a los seres humanos. En la tradición incaica es la deidad de la agricultura comunal, la más popular de las creencias que aún sobrevive con fuerza en las provincias del noroeste argentino.
Pero no solo las manifestaciones de agradecimiento se heredan. También las luchas y las resistencias de cinco siglos de discriminación, invisibilización, violencia y represión hacia las naciones originarias de Nuestra América. La Tierra amenazada, las mujeres violentadas; la Pacha arrasada, hoy desierta y transgénica; las tradiciones feministas comunitarias olvidadas; un capitalismo neoliberal foráneo, impiadoso, individualista y represivo; y el colonialismo religioso que condena a las luchadoras a vivir una eterna resistencia para la liberación de sus cuerpos. Un heteropatriarcado rabioso, controlador de los saberes, de las expresiones, de los sentires y los deseos. Una academia silenciosa que poco nos enseña a alejarnos de las teorías y las praxis de quienes dominan y no quieren perder sus privilegios; una Pacha ansiosa, que espera recuperar tanta paz, tanto amor y tanta libertad perdidas.
Feminismos desde Abya Yala
Como relata Francesa Gargallo en el prólogo de su libro Feminismos desde Abya Yala, leer, editar y publicar los diálogos que tuvo durante un viaje extenso con diferentes mujeres representativas de los pensares y los sentires de naciones nuestroamericanas, la acercaron a “los feminismos”; este libro “ratificó la urgencia de denunciar la discriminación implícita en los modos de categorizar, definir y demarcar la importancia de una idea o una acción que aprendimos en nuestras universidades, muchas veces públicas, cuando no progresistas. Así como la obligación de reconocer la producción de ideas políticas de liberación de las mujeres”.
Atenta a los procesos de invisibilización de las culturas, Gargallo dice que “como feminista, el otro es alguien que me interesa porque es yo y es nosotras”, diciendo que “las mujeres de Abya Yala –o Nuestra América- construyen modernidades alternativas al colonialismo europeo y la victimización de las colonizadas a la que las relegan las feministas blancas. Sus feminismos, (…), tejen respuestas a los patriarcados que no son necesariamente individualistas, donde lo colectivo y lo personal no se disocian”.
La liberación de la Madre Tierra
Uno de los relatos que recupera Gargallo es el de Aida Quilcue, integrante del Consejo Regional Indígena del Cauca, Colombia, quien expresa que “la Madre Tierra es la mujer de origen. Concebida como mujer, la Madre Tierra contiene la integralidad del Universo. Por ella, la mujer es considerada origen de la vida y transmisora del conocimiento, la que ha preservado todas las prácticas culturales, haciendo que perviva el pueblo nasa”. Relata la dirigente que “de los 102 pueblos de Colombia, 35 (se encuentran) en vías de extinción porque quedan una o dos personas, (allí) el papel de las mujeres ha sido fundamental en la orientación de los procesos organizativos y en la resistencia civil por medio de la espiritualidad propia”.
Para Quilcue una de las estrategias más utilizadas para reducir a los pueblos “fue la invasión ideológica cuya herramienta fue la religión católica, donde los sacerdotes decían que la mujer debe someterse al hombre, creando el machismo como ideología impuesta. Este machismo rompe (…) con nuestra espiritualidad que los curas denunciaron como brujería cuando descalificaron a las mujeres”. Insta a las mujeres a recuperar “nuestro papel en la espiritualidad y por lo tanto en la medicina y la salud propia” y denuncia a los estados y a las religiones diciendo que “cuando un pueblo indígena reivindica sus derechos es terrorista”.
“La liberación de la Madre Tierra es la base de la Ley de Origen. Esta significa también la liberación de las mujeres, que están en riesgo por los actos violatorios de las transnacionales (…) protegernos como mujeres es proteger a la Madre Tierra, proteger la vida, garantizar la permanencia como pueblos milenarios con la orientación de nuestras autoridades espirituales y autoridades terrenales. Nos corresponde hoy a las mujeres salvar la tierra. Tenemos esa gran responsabilidad, no podemos aceptar ser marginadas”.
Ser aymara, feminista y lesbiana
Julieta Paredes es una feminista autónoma y comunitaria; boliviana, aymara y lesbiana. Según Gargallo, su testimonio es fundamental dentro de las experiencias de organización política nuestroamericana ya que sostiene desde el trabajo de las asambleas indígenas que la mitad de todos los pueblos son mujeres y que los cuerpos son elementos de identidad y de afirmación política. “El solo hecho de pensarme como una mujer aymara de barrio, calladita y sumisa a lo que diga mi entorno, lesbiana que a diario tendría que ocultar mi deseo y amor por las mujeres, sería un suplicio. El feminismo le dio a mi vida y mi pensamiento alas de cóndor y cimas de montañas, elementos desde donde miro mi tiempo, mi pueblo, mi historia”.
Paredes forma parte de una corriente de feministas que no se rinde ante hegemonías que muchas veces se pretenden blancas y eurocentristas, “si el feminismo fuera una palabra que solo tuviera significado para las mujeres en el norte, y si feminismo fuera una acción inventada por ellas, entonces Mujeres Creando, creo yo, no sería feminista. Seguiríamos la raíz de la lucha de las mujeres de nuestras tierras, que sin duda daría también hermosos frutos de conceptualizaciones y prácticas por la vida”. Y concluye “el feminismo no es una teoría más, es una teoría, una concepción, una cosmovisión, una filosofía, una política, que nace desde las mujeres más rebeldes ante el patriarcado (…). La base de existencia de la que viene el feminismo son las mujeres pensándonos y sintiéndonos a nosotras mismas y pensando y sintiendo a los otros, a las otras, y a naturaleza también”.
Desde abajo y a la izquierda
Por su parte, para la antropóloga e historiadora mejicana Sylvia Marcos, renombrada por Francesca Gargallo en Feminismos…, la marginalización en las escuelas, en el conjunto de la sociedad y aun en los movimientos de mujeres de la presencia indígena forma parte de un proceso de invisibilización que responde a una necesidad de obviar las alternativas al saber que avala el statu quo heredado de la colonia. Considera que para que esto cambia se debe comenzar por cuestionar la centralidad de Occidente para el feminismo nuestro americano, “el capitalismo, especialmente en su vertiente neoliberal que absolutiza el libre mercado y requiere la explotación voraz de la naturaleza sin controles ni regulaciones constituye otro frente en que las demandas feministas deben de enmarcarse. Hasta el levantamiento zapatista en enero de 1994, las demandas referentes a derechos de los pueblos indios y las críticas a su situación de explotación y marginación estuvieron virtualmente ausentes de los movimientos sociales mejicanos, por lo que la discriminación y el racismo han sido integrados al contexto socio- cultural y económico del país”.
Por eso, “rescatar la tradición intelectual feminista, desde ´abajo y a la izquierda´, implica mucho más que elaborar un análisis feminista utilizando las referencias y criterios epistemológicos establecidos. Se requiere de una epistemología feminista descolonizada”.